Las fiestas del Racing de Luhrmann

Es una cuestión de estilo, una manera de hacer las cosas, de saber bien cuáles son tus virtudes y tus defectos y funcionar a partir de ahí. Hay que elegir: crear a partir de un ritmo endiablado, de enloquecer el juego, de convertir un partido de fútbol en una montaña rusa, o bien apostar por mantener el control, por que pasen pocas cosas y se desarrollen los acontecimientos de forma pausada para que nada ni nadie se desboque. Se puede ser Baz Luhrmann o se puede ser Carl Theodor Dreyer; Brian de Palma o Abbas Kiarostami; Rodrigo Sorogoyen o Víctor Erice; Orson Welles o John Ford. Parece claro que el Racing ha apostado por ser de los primeros porque sus partidos se han convertido en un artefacto endiablado con mucho juego en las áreas, muchas llegadas y, sobre todo, muchos goles. Diez se han celebrado sólo en sus dos últimos partidos y ambos los ha ganado. Jugar con fuego parece que le viene bien.

Hay a quien las películas de Baz Luhrmann, director de ‘Romeo + Juliet, ‘Moulin Rougue’ o ‘El gran Gatsby’, le ponen nervioso. Hay que estar preparado para ellas porque no paran, no dan respiro, funcionan a partir de un montaje enloquecido que parece descontrolado. No lo está. Está muy pensado y responde a una elección. Es su forma de narrar. Puede haber cuatro planos en un segundo, la cámara no para quieta y hace evidente su vinculación con el vídeo musical. Es una gramática que funciona a partir del montaje, arte en el que Martin Scorsesse siempre ha sido un genio. Cuando quiere y le interesa, es capaz de acelerar la película para atrapar al espectador y no soltarle más. Parece que ‘Uno de los nuestros’, ‘Casino’ o ‘El lobo de Wall Street’ va a relajarse en algún momento para tomar aire, pero no lo hace. Apenas deja de subir.

Las películas deben comenzar con un terremoto y, a partir de ahí, ir hacia arriba, solía decir Cecil B. De Mille, el director de grandes construcciones como ‘Los diez mandamientos’ o ‘El mayor espectáculo del mundo’. El Racing viene siguiendo ese mismo credo en las últimas jornadas. En Cartagena lo hizo. A los dos minutos pudo haberse adelantado, contó con otra buena ocasión poco más tarde pero, al final, acabó recibiendo un gol a los nueve. Así comenzó el nuevo vibrante encuentro que protagonizó el conjunto cántabro, que apenas concedió descansos porque da la sensación de haber concluido que tiene mucho arsenal arriba y que ha de aprovecharlo. Llega mucho y marca. También le marcan, pero él lo hace más. Parece un juego peligroso que puede salir mal porque entraña sus riesgos. Por eso hay quien prefiere ser un poco más conservador e incluso más clásico. Le da miedo tanto movimiento, no le gusta estar en manos de Baz Luhrmann.

John Ford nunca habría firmado el plano secuencia inicial de ‘Sed de mal’ ni los primeros diez minutos de ‘Ciudadano Kane’. No creía en eso. No era su estilo. No era Orson Welles. Eso no quiere decir que sus películas no tuvieran ritmo, ya que pasan muchas cosas incluso cuando parece que no pasa nada, pero defendía otra gramática, otra forma de contar. Su estilo tenía más que ver con la puesta en escena, con intentar hacer invisible la cámara y que ésta se moviera lo justo y sólo de manera justificada. Era una dirección quizá más austera pero no por eso más sencilla de ejecutar. Al contrario. Ahí está el resultado y la colección de obras de arte que firmó. Era un estilo que casaba más con el de otras épocas recientes del Racing en las que salía al campo a intentar que no se notara demasiado su presencia, a que se jugara poco y aprovechar las pocas ocasiones que generara para rentabilizar una portería a cero. A veces funcionó ese estilo sobrio, esa narración a partir de las leyes capitales del cine. Otras no.

Hacía mucho que el aficionado verdiblanco no disfrutaba de un equipo al que le gusta ser protagonista, iniciar el juego desde atrás de verdad y llegar al área rival con la suficiente gente como para parecer verdaderamente peligroso. Ahora lo está haciendo. Sus partidos, sobre todo los dos últimos, están siendo divertidos porque resultan impredecibles. Merece la pena ver al Racing y eso va quedando poco a poco reflejado en la grada, que cada vez tiene mejor aspecto. Los dirigentes lo han percibido y por eso han reabierto la campaña de abonados. A todo el mundo le gusta apuntarse a la fiesta. El gran Gatsby ha abierto sus puertas.

El Racing está juguetón, se siente poderoso y con la confianza que hay que tener para, por ejemplo, manejar la cámara como lo hace Brian de Palma. Bien influenciado por Hitchcock, es otro que se hace notar en sus películas. No pasa desapercibido como tampoco lo hace el autor de este Racing, que el pasado fin de semana vino a cerrar un círculo. Se estrenó al frente del conjunto cántabro en Cartagena con un partido en diciembre que fue decisivo. Aún quedaba mucho por delante, pero aquel día se ganó la credibilidad necesaria para comandar la nave y llevarla a buen puerto. Llegó con la certeza de que debía potenciar al equipo en ataque, que debía hacer más goles y adelantar sus líneas para salvarse, y aquel día marcó tres a partir de otros tantos robos en campo contrario. Otros tres anotó el pasado fin de semana, pero esta vez le marcaron dos. Y hubo ocasiones para más por parte de ambos equipos. Fue un toma y daca que el equipo verdiblanco gana porque tiene pólvora arriba. Llega, marca y celebra. Fue su primera victoria a domicilio. Quizá también todo vuelva a cambiar a partir del paso por Cartagonova.

Hay diferentes maneras de ganar o de perder y el Racing ha elegido la suya. Es una cuestión de estilo. Kiarostami te hace una película a partir de un niño que va al pueblo de al lado para devolver un cuaderno a un compañero de clase en ‘¿Dónde está la casa de mi amigo?’. No hay florituras, grandes movimientos de cámara, montajes frenéticos ni filigranas personales. Suceden cosas pero no son extraordinarias. La vida ya es suficiente. Apenas hay sorpresas mientras que el conjunto cántabro viene apostando por la ruleta rusa y los cambios bruscos de guión. Es una gozada cuando se gana así pero en cuanto se pierda quizá vuelva el debate de la necesidad de cerrarse más y mejor atrás para ganar solidez. Así de tramposo es el fútbol. En el fondo, caminar sobre los pilares de John Ford siempre concede seguridad.

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