El valor de la pandilla ochentera

 

En los 80 se popularizó el género ci­nematográfico de la pandilla con pe­lículas como ‘Los Goonies’, ‘Explora­dores’ o ‘Cuenta conmigo’. En ellas se solían reunir los marginados del instituto, el lumpen de la enseñan­za secundaria a quienes los demás miraban desde una atalaya artificial. Solían agruparse un gordo, un par de gafosos, quizá algún tartamudo y un tipo tremendamente listo pero torpe, con granos o extremadamente tími­do. Aunque fueron producidas en una década marcada por la guerra cultu­ral emprendida por la presidencia de Ronald Reagan con la que, en teoría, pretendía instalar en el pueblo la se­milla del neoliberalismo entonces in­cipiente, lo cierto es que en todas esas películas predominaban otros valores prácticamente opuestos. Son los mis­mos valores de los que habitualmente habla Guillermo Fernández Romo y que quedaron expuestos en el parti­do del pasado domingo. Sobre todo, una vez que Cedric marcó el segundo y definitivo gol sobre la bocina.

Por supuesto que en aquella época hubo películas que promocionaban los valores individualistas y el proto­tipo del triunfador que promulgaba el gobierno republicano, como de­muestra buena parte de la filmogra­fía de los 80 y 90 de Tom Cruise. «Ca­balleros, en esta escuela se aprende a combatir. No hay premio para el número dos», dice a sus jóvenes pi­lotos el instructor de ‘Top Gun’. E in­cluso en esas cintas de pandilla no faltan nunca los barrios residencia­les, los centros comerciales y la co­mida a domicilio, pero hay un factor que distorsiona la idea prefigurada que se tiene del cine de entonces: el malo es el abusón, el capitán del equi­po de fútbol, la guapa y popular, la lí­der de las animadoras. Es decir, que el malo es el triunfador y el bueno es el marginado.

Es algo que se ha recuperado últi­mamente al abrigo de obras nostál­gicas dirigidas a quienes crecieron con las primeras, como fue ‘Super 8’ o, más recientemente, ‘Stranger Things’ o ‘It’. Esa pandilla hace fren­te a los abusones que les acosan en el instituto o a las aventuras que en­cuentran al lado de casa actuando de manera conjunta, formando un verdadero equipo en el que cada uno aporta lo que puede. Incluso Gordi, el cobarde, torpe y obeso miembro de ‘Los Goonies’ tiene su importancia vital en el desenlace de la historia al ganarse el favor de Sloth, el hermano Fratelli con deformaciones que tiene una fuerza descomunal y a quien te­nían encadenado. Sin él, el grupo qui­zá no hubiera salido nunca de aque­lla cueva.

En un equipo de fútbol también hay de todo. Están los habilidosos, los que marcan goles, los que corren mucho, los duros, los fuertes, los que juegan menos e incluso los que no juegan nada. Sin embargo, todos son importantes a la hora de construir ese «equipo ganador» del que hablaba Fernández Romo el pasado domingo, tras la agónica victoria contra el Za­mora. De ello habló también Cedric la semana pasada confirmando que el repentino éxito no se le ha subido a la cabeza. Recordó que incluso los que no juegan pero sí entrenan son fundamentales para sacar lo mejor en el día a día de los que suelen apa­recer en el once inicial.

No es que, ni mucho menos, los ju­gadores del Racing se puedan sentir unos marginados porque vestir la ca­miseta verdiblanca ya aporta un cier­to estatus en Primera RFEF, pero no se siente igual de bien quien tiene un papel principal que el que sólo va a los ensayos por mucho que este último sea importante para dar la réplica y sacar lo mejor del primero. A todo ac­tor le gustan los focos. En ese sentido, el vestuario verdiblanco es una espe­cie de ‘El club de los cinco’, la película con la que John Hughes resumió bue­na parte de las ansiedades, preocupa­ciones y expectativas de la juventud de la época (1985). Allí se reúnen la rara, el empollón y el pasota con el deportista exitoso y la chica popular. Y acaban descubriendo que no son tan diferentes y que tienen puntos en común.

En este tipo de películas no hay pro­blemas en caracterizar a cada per­sonaje en base a unos clichés. Al fi­nal, lo que predomina es la amistad y la colaboración mutua para librar los problemas. Sully, el gigantón de ‘Monstruos SA’, se da cuenta en la precuela, ‘Monstruos University’ de que solo no va a ninguna parte y se suma al equipo por mucho que eso le vincule a un puñado de perdedores. Y sin salir de la factoría Pixar, que es siempre un valor seguro, en ‘Red’, la película que estrenó la pasada sema­na, el lugar donde se refugia la pro­tagonista para mantener bajo con­trol sus emociones y no dar rienda suelta al panda rojo gigante son sus amigas y no sus padres. Ha llegado la adolescencia y la cría va abando­nando el nido. «Ninguna familia es satisfactoria. Si no fuera así, la gente se quedaría a vivir con los padres para siempre», dice Andrew, el personaje al que dio vida Emilio Estévez en ‘El Club de los Cinco’.

Es en ‘Cuenta conmigo’, la pelícu­la de Rob Reiner basada en un rela­to autobiográfico de Stephen King, donde se va más lejos en ese sentido, ya que los protagonistas sólo reciben hostilidad por parte del mundo adul­to. De hecho, el padre de Chris es un borracho que le pega a menudo, el de Teddy es un loco que le abrasó la oreja en un fogón y que ahora está en un psiquiátrico y el de Gordie, el pro­tagonista, le odia y le ignora porque cree que debió ser él quien muriera en aquel accidente y no su hermano mayor. Como ha desaparecido la fi­gura de referencia para todos esos chicos, el apoyo lo encuentran en la amistad. Y para el protagonista, su verdadero guía es Chris, el amigo al que da vida River Phoenix, que es el que le anima y casi le obliga a perse­guir su sueño de ser escritor.

Cuando, en el clímax de la película, han de hacer frente a esa otra pandilla de chavales mayores ya contaminados por el paso de los años, es actuando unidos, cada uno en su papel, como logran salir inertes. Para ello necesi­tan una pistola, que no deja de ser la consagración de su propia transición hacia la vida adulta y la asunción de la necesidad de la violencia que a me­nudo ésta requiere. Es un callejón sin salida. Crecer es una trampa.

Todo ese espíritu de películas ochenteras con bicicletas de cross marcadas por la amistad y el com­pañerismo como refugio del paraíso perdido de la infancia se vio reflejado en el banquillo del Racing cuando Ce­dric marcó el 2-1. Allí había jugadores como Isma López o Lucas Díaz que no juegan absolutamente nada, pero han entendido que son importantes para el equipo de otra manera. Todos forman parte de la misma cuadrilla y ese gol se sintió como propio por la totalidad de la pandilla. En un equi­po de fútbol no hay sitio para valores neoliberales.

Todos se pusieron a correr a toda velocidad atravesando el campo para celebrar juntos el gol como si se aca­baran de proclamar campeones de Europa. Fue un momento épico, la confirmación de que este año va a pa­sar algo. El equipo se convirtió en piña con la certeza de que habían dado un paso de gigante juntos, tras un tanto que llegó después de un partido en el que volvió a quedar en evidencia, más allá del juego que desarrollara el co­lectivo, la solidaridad que hay entre compañeros a la hora de defender, de insistir en buscar el gol final y de la aportación que realizaron quienes entraron con el partido iniciado. No había abusones ni adultos pero sí un rival a superar, una aventura a des­entrañar sin que sobrara nadie. Se vi­ven buenos tiempos en el vestuario y es posible, quizá, que algún día quie­nes ahora forman parte de la planti­lla del Racing digan algo semejante a lo que escribió Stephen King para cerrar ‘El cuerpo’, el relato en el que se basó ‘Cuenta conmigo’: «Nunca he vuelto a tener amigos como los que tuve cuando tenía doce años; Dios mío, ¿los tiene alguien?».

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