El duelo rentable

El Racing - Sporting lo tenía todo para triunfar, para convertirse en el enorme partido que finalmente fue. Fue una suerte porque no siempre sucede así. Hay veces que la reunión de una serie de buenos ingredientes no se transforma en una receta exitosa. Le sucedió a Ridley Scott en una de sus últimas películas. Puso en el plato todo lo que tenía que poner para fabricar un éxito pero firmó un fracaso. Perdió dinero y ya sólo le queda esperar a que el paso del tiempo convierta ‘El último duelo’ en una película de culto. Que le suceda, en definitiva, como le sucedió con Blade Runner, que fue ganando peso y trascedencia en el vídeoclub tras pasar por los cines sin pena ni gloria.


Lo que diferencia ‘El último duelo’ de ‘Blade Runner’ es que esta última no estaba llamada al éxito. Era una película rara dirigida por un director que acababa de empezar y con un ritmo muy particular. Nadie se tiró por la ventana al comprobar que no hacía dinero. La primera, en cambio, apuntaba directamente a los Oscar. Muchos apostaban por que iba a ser la película del año pero casi pasó desapercibida a pesar de estar dirigida por un director que ya está en el olimpo y protagonizada por estrellas como Adam Driver, Ben Afflec y Matt Damon. Estos últimos incluso firmaron el guión como ya hicieran, por ejemplo, en la reputada ‘El indomable Will Hunting’. La película fue estrenada y bien recibida en el festival de Venecia pero después apenas recaudó cuarenta millones por los cien que costó. No siempre sale bien.

Al Racing y al Sporting sí les salió bien. Sobre todo, al primero, que fue quien jugó en casa y quien metió la recaudación por taquilla en su caja fuerte. Se colgó el ‘no hay billetes’, que es el primer paso para disfrutar de un gran espectáculo futbolístico, además de enfrentarse dos equipos históricos, con tradición y masa social que, para colmo, están separados por apenas hora y media de autovía. El horario fue el idóneo y la calidad y la ambición de los jugadores que se colocaron en el césped la suficiente para convertir un partido de fútbol en un exitoso espectáculo. No siempre las previsiones se cumplen porque citas similares se convierten a menudo en una cosa aburrida para, por lo menos, el espectador neutral, pero el sábado no se aburrió nadie. No se conoce aún a quien se arrepintiera de haber echado la tarde en El Sardinero.


Es un misterio saber por qué a veces sale bien y otras mal. No hay fórmulas mágicas, tampoco una lógica. De partida, lo que al menos resulta necesario es contar con importantes duelos interpretativos, con un par de rostros contundentes sobre los que recaigan los valores en disputa que se vayan a poner a cada lado de la trinchera. En El Sardinero se produjo ese cara a cara, ese enfrentamiento entre dos jugadores que echaron sobre sus espaldas buena parte de la responsabilidad ofensiva de sus equipos. Ayudaron así a que el espectador se metiera en la historia porque, al individualizar conflictos colectivos, se hace más sencillo identificarse y comprometerse con los mismos, sumarse al relato, que quien observa desde fuera empiece a mirar con los ojos del héroe. Todo el mundo se acuerda, en definitiva, del partido que hicieron Haissem Hassan para el Sporting e Íñigo Vicente para el Racing.

Los dos compartieron carril porque uno era el extremo derecho de su equipo y el otro el izquierdo del suyo, pero apenas compartieron plano. Lo mismo sucedió con Robert de Niro y Al Pacino en ‘Heat’, la enorme película de Michael Mann que, entre otras cosas, cuenta con uno de los mejores tiroteos de la historia del cine. En El Sardinero también hubo uno bueno porque el partido terminó 3-2 pero bien pudo terminar empate a cinco. Buena parte de las ocasiones estuvieron generadas por ese par de futbolistas inspirados que aceptaron el reto de cargar el partido sobre sus hombros. Estaban en bandos opuestos y cuando uno perseguía, el otro huía. Eran las estrellas del reparto, dos jugadores por los que merece la pena pagar una entrada. Y coincidieron en el mismo terreno de juego a la misma hora. Es un ingrediente necesario para fabricar un éxito. Hacen falta otros, pero ése es uno.


Todo el mundo recuerda el duelo interpretativo entre Pacino y De Niro en ‘Heat’ pero, más allá de la pelea final, sólo coinciden en una escena a lo largo de las tres horas que dura la película. Sucede en una cafetería, donde cada uno sabe quién es el otro y ambos son conscientes de que, al final de la historia, sólo podrá quedar uno. Se enfrentan dos personajes con valores opuestos pero con vidas quizá no tan diferentes que están condicionadas plenamente por lo que hacen. Hay que esperar muchos minutos antes de ver a las dos grandes estrellas en un mismo plano pero, en el fondo, toda la película es un enfrentamiento entre ambos. Cuando por fin se encuentran, ya se conocen de sobra. Vicente y Hassan también lo sabían todo el uno del otro cuando el balón echó a rodar el sábado en El Sardinero.

Hay enfrentamientos semejantes en la historia del cine quizá menos rácanos a la hora de satisfacer al espectador que ansía ver a las dos grandes estrellas frente a frente. Algo más (no demasiado) se puede disfrutar del cara a cara entre otros dos tipos duros como Clint Eastwood y Gene Hackman en ‘Sin Perdón’ y mucho más entre Michael Caine y Lawrence Olivier en ‘La huella’. Es fácil acordarse de Marlon Brando y Trevor Howard en ‘Rebelión a bordo’ o de Liv Ullman y Bibi Andersson en ‘Persona’, la película de Ingmar Bergman. Sin lo que todos ellos aportan a dichas cintas, sin su peso en escena o sin su capacidad para llenar la pantalla por sí mismos, todo habría resultado diferente.

Uno contra otro, ambos rodeados de personas porque en una película participa mucha gente pero todos los ojos centrados en ambos porque son quienes hacen sonar la música. Sobre ellos gira todo. Y cuando sus equipos quisieron el pasado sábado buscar la portería rival, todo apuntaba hacia Hassan e Íñigo Vicente. Ambos volcaron todo el ataque de los suyos hacia sus bandas, el de Derio con mayor capacidad de meterse hacia dentro y el extremo rojiblanco sacando de quicio a Saúl porque cada vez que participaba era decisivo. Del francés fueron las dos asistencias de los goles que marcó su equipo mientras que el vasco participó en los tres que celebró el suyo. Ambos fueron los reyes de una fiesta que lo tenía todo para triunfar y que triunfó. No siempre pasa.

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