El examen de los actores

Cuando a Richard Donner le encar­garon que dirigiera ‘Superman’ aún no era un primera espada de la indus­tria hollywoodiense por mucho que viniera de hacer una gran película como ‘La profecía’. Por eso intuía que llevar de manera digna a la pantalla al primer superhéroe de la historia  podía ser su puerta de entrada a las más grandes producciones. Era un proyecto arriesgado y, sobre todo, un proyecto caro, por lo que supo desde un pri­mer momento que para convencer a otros muchos de que se subieran a su barco necesitaba a una gran es­trella que arrastrara a los demás. Y puso su mirada en Marlon Brando, que venía de resucitar su carrera a lo grande con 'El Padrino'. El actor concertó una cita en su casa con el director y allí pudo haber cambiado la historia no sólo de la película, sino también de la forma de contar historias semejantes en un futuro.

Marlon Brando, con Superman en brazos.

Tras un buen rato hablando de sus cosas, la estrella preguntó de pronto: «¿Para qué veníais a verme?». Él ya había leído al menos parte del guión que le había enviado Donner y, tras una pausa, contó que había pensado que tanto él, que iba a hacer de padre de Superman y lí­der supremo del planeta Krypton, y todos los habitantes de este último podían ser unos ‘bagels’, que son esos panecillos con aspecto de donuts que son muy populares en Nueva York. Hizo su propuesta de manera seria y trascendente. Afirmó que, como el planeta está a punto de explotar y va a mandar a su hijo a la Tierra, antes po­día transformarlo en un ser humano para que nadie se percatara de que, en el fondo, es un bollo salado.

Aquel relato no tenía ni pies ni ca­beza, era tan absurdo que incluso re­sultaba complicado tratar de asimi­lar que alguien acabara de plantear semejante historia. Sin embargo, era una propuesta de la gran estrella, de la persona de la que dependía que el proyecto tirara para delante. Por eso es muy probable que un amplio por­centaje de directores hubieran dicho que sí, que ‘buena idea, genio’, sólo para impedir que el actor se enfadara y todo se viniera abajo. Sin embargo, Donner se la jugó. «Señor Brando, no hay ningún niño de entre tres y vein­te años que no sepa cómo luce el pa­dre de Superman, así que la historia esa del ‘bagel’ no va a colar», le dijo. «Hablo demasiado, ¿verdad?», res­pondió el actor.

Lo que sucedió en el salón de la casa de Brando fue un examen. La estrella estaba probando al director, quería saber si era una persona con personalidad capaz de contradecir a una gran estrella como él y, por tanto, capaz de llevar a buen puerto un gran proyecto como aquel. Y la superó, por lo que, a partir de ese momento, el actor se puso comple­tamente en sus manos e hizo todo lo que le pidió. Fue el pilar fundamental para que la película se convirtiera en un icono del siglo XX. Es clave que los marineros vean que al frente de la nave hay alguien capaz, con carácter y personalidad. Es entonces cuando un futbolista interpreta que el entre­nador no está de paso y que hay que apretar. Es siempre el jugador quien tiene la sartén por el mango.

José Alberto, en su debut en Cartagena.

José Alberto no se tragó la estúpida propuesta del ‘bagel’ que le pudieron lanzar sus futbolistas. A la primera oportunidad, dejó claro que no se casa con nadie y que ha llegado para lide­rar, para empezar algo nuevo con, si hace falta, otros protagonistas, los que más se adapten a lo que más quiere. Durante los pocos días que estuvo al frente del equipo antes de estrenar­se contra el Cartagena, insistió en su deseo de no esperar a después de Na­vidad para que su sello personal que­dara reflejado en el equipo y la mejor manera de hacerlo fue sacrificando a dos de los intocables para su antece­sor, a dos futbolistas que podían ser la prolongación de Fernández Romo en el terreno de juego, como eran Pol Moreno y Satrústegui.

Desde que llegaron al Racing, nun­ca habían sido suplentes, pero en Car­tagena no jugaron ni un minuto. La maniobra fue arriesgada. José Alber­to había asegurado que quería apro­vechar el buen trabajo defensivo que había heredado del anterior cuerpo técnico pero, a la primera oportuni­dad, se cargó a los dos futbolistas que ponían rostro a ese entramado. Si le llega a salir mal, si la retaguardia se hubiera convertido en un colador, le habrían acusado de pasarse de lis­to y podría haber perdido el respeto de sus actores. Se la jugó como se la jugó Richard Donner al contradecir a Marlon Brando. Y a ambos les salió bien. Todo le fue rodado al conjunto cántabro en Cartagonova. Nadie duda ahora de que está en buenas manos. El asturiano ha ganado galones.

El rodaje de Superman fue, en realidad, el rodaje de dos películas, ya que la idea era grabar a la vez el material para la secuela de la principal, que sólo la sacarían si ésta funcionaba. Y fue un éxito. Sin em­bargo, Richard Donner se enemistó con los productores y le expulsaron del proyecto del mismo modo que expulsaron a Fernández Romo para contratar a Richard Lester, un direc­tor que venía de hacer una serie de más o menos graciosas películas con los Beatles y de conseguir también un gran éxito con ‘Los tres mosqueteros’, que fue la película con la que se des­cubrió que una larga historia podía ser cortada en dos para convertirla en dos películas y, de esta manera, doblar la taquilla. Este nuevo direc­tor tenía una idea diferente de la his­toria y quería dar a la segunda pelí­cula otro tono más jocoso, pero su incorporación al proyecto dio lugar a una situación ciertamente absur­da. El sindicato tenía establecido que para que un director firmara una cin­ta, debía rodar al menos el cincuenta por ciento de la misma, pero cuando llegó ya estaba grabado el 75%. De este modo, para hacer desaparecer a Donner de los títulos de crédito y que pudiera aparecer Lester, éste tuvo que regrabar algunas escenas que ya estaban grabadas.

En el fondo, es lo que le toca hacer a todo entrenador que llega a mitad de temporada y que quiere cambiar la esencia de un equipo. Se tiene que adaptar a lo que tiene porque no tuvo ni voz ni voto a la hora de construir el proyecto. Tiene las mismas fichas que el anterior pero le toca ordenar­las de diferente manera si quiere de­jar su sello. Con los mismos actores, rueda escenas diferentes que cam­bian el tono general de la obra. Así, José Alberto adelantó la línea de pre­sión y consiguió que Íñigo Vicente y Jorge Pombo robaran balones y que estuvieran atentos tras pérdida. Que­ría laterales que doblaran y atacaran y por eso hizo que Satrústegui inter­cambiara su rol con Saúl. Quería cen­trales que sacaran la pelota jugada y por eso Pol Moreno hizo lo propio con Germán. Era la misma plantilla pero el equipo pasó a ser diferente.

José Alberto logró lo que parecía ciertamente complicado por mucho que insistiera durante la semana en que ese era su objetivo: que en sólo cuatro días, el equipo ya pareciera otro o que, por lo menos, se notara su mano. Es algo difícil cuando uno llega con el proyecto ya en marcha, que es lo que tuvo que hacer Stanley Kubrick cuando se encargó de ‘Espar­taco’ después de que Kirk Douglas despidiera a Anthony Mann o Victor Fleming cuando el productor David O. Selznick, con la complicidad de Clark Gable, le contrató para terminar ‘Lo que el vien­to se llevó’ tras deshacerse de Geor­ge Cucor. Ambas películas fueron un éxito pero, en el fondo, acabaron siendo productos impersonales, más obra de productores que de directo­res. Es difícil poner estilo propio a un relato en el que han intervenido muchas manos y que se coge ya em­pezado. 

Lo ideal sería hacer como Richard Lester con ‘Superman II’ y volver a rodar escenas enteras. Que, por ejemplo, José Alberto pudiera re­petir el Racing - Burgos, pero no pue­de hacerlo. No puede cambiar el pa­sado, sino conseguir que parezcan dos obras diferentes, respetar el tono épico del Superman de Donner y ha­cer una segunda parte que comience en la jornada 21 con otro tono más li­gero. Lo fundamental, al final, es lle­var la nave a buen puerto y el primer paso es hacerse respetar y dejar claro quién manda a partir de ahora. Que no te la cuelen con un ‘bagel’. Aunque eso suponga tomar decisiones drás­ticas y arriesgadas que servirán para marcar una línea bien gorda entre el pasado y el nuevo futuro.

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