De náufrago a renacido

Mboula llegó al Racing, como él mis­mo aseguró en su presentación ofi­cial, en un estado de forma «bestial», pero en seguida desapareció. Nunca se apreció esa bestialidad. Su nom­bre estaba en las alineaciones pero costaba verle en el campo. Se perdió, quedó desorientado en alguna parte, quizá en alguna isla perdida en me­dio del océano o en alguna montaña lejana lejos de la civilización. Como le sucede a Leonardo DiCaprio en ‘El Renacido’, la película de Gonzá­lez Iñárritu. Lo lógico, como pensó todo el mundo tras verle salir mal parado de una feroz batalla contra un oso y de quedar abandonado a su suerte en territorios perdidos, fue darle por muerto, pero en las últimas semanas el extremo catalán ha con­firmado estar vivo. Ha vuelto como volvió el personaje de DiCaprio. Lo bueno es que todavía le estaban espe­rando, que el cuerpo técnico, tanto el anterior como el actual, siempre confiaron en su retorno. Y ya está aquí. Ahora parece un jugador imparable, una bestia, un tipo capaz de arran­car y, como el pasado sábado, dejar a cinco rivales tirados en la cuneta antes de marcar un gol.

Tom Hanks, en Naúfrago junto a Wilson.

A quien no esperaron nunca fue a Chuck Noland, el personaje al que dio vida Tom Hanks en ‘Náufrago’, la película de Robert Zemeckis. Tras el accidente que sufre el avión de la empresa de mensajería para la que trabaja, termina abandonado a su suerte en una isla remota y perdida. Está muy lejos de la civilización, de donde se supone que tenía que estar, pero para, precisamente, no volverse un salvaje, se aferra a dos elementos que para él son una forma de mante­nerse en contacto con el mundo que dejó atrás: un balón de voleibol y un paquete cerrado. Como ese hombre obligado a vivir en soledad, Mboula también ha necesitado algo a lo que aferrarse durante todo este tiempo en el que se ha mantenido ausente, provocando que el aficionado se pre­guntara qué veía Fernández Romo en él para ponerle continuamente como titular. El objetivo fue siempre que mantu­viera un punto de contacto, que no se desenganchara o que, en defini­tiva, no se embruteciera.

En la vida de Noland aparece Wil­son, un balón que obtiene un rostro gracias a la sangre que ha salido de las manos del náufrago tras inten­tar hacer fuego. Gracias a él, sacia la necesidad humana de comunicar­se, de compartir sus miedos, sus es­peranzas o sus necesidades y, a la vez, huye de la sensación de parecer que está hablando solo, lo que tra­dicionalmente se ha asociado con la locura. Su relación con él le permite seguir siendo humano mientras que uno de los paquetes que cayeron con él del avión accidentado y que deci­de mantener cerrado a la espera de poder entregárselo a su destinatario le mantiene unido a la civilización. Considera que hay un trabajo a me­dio hacer que aún ha de completar y, a pesar de sus necesidades y del paso de los años, nunca cae en la tenta­ción de abrirlo. Eso sería poco ético y hay que mantener una ética para no abandonarse. Tanto el balón como ese paquete le mantienen conectado con el mundo que hay más allá del océano que le rodea, con el mundo que siempre fue el suyo.

Jordi Mboula.

Mboula ha seguido entrenando y jugando sin desesperarse por no es­tar rindiendo a un buen nivel. Quizá porque, al contrario que el náufrago de la película de Zemeckis, él tenía la certeza de que le estaban espe­rando. Porque cuando finalmente Chuck Noland vuelve a casa, su mu­jer se ha casado y ambos entienden que retomar su relación ya es impo­sible. «Hasta te hicimos un entierro», le asegura ella, la misma que estaba totalmente enamorada de él antes de aquel viaje fatal. De pronto, el prota­gonista se encuentra perdido en su propio mundo, más incluso de lo que lo llegó a estar en la isla.

Al extremo derecho del Racing, en cambio, sí le han esperado. Los que le rodean siempre han confia­do en su retorno y eso le ha mante­nido unido a su profesión, a la vida de jugador desequilibrante que ha­bía sido antes de llegar al Racing. La fe que tuvo Fernández Romo en él fue su Wilson, la que le mantuvo enganchado. A la vez, también fue la barrera que le impidió retornar del todo. No le dejaba ir pero tampoco le ayudaba a volver.

Audrey Tautou en 'Largo domingo de noviazgo'

Hay muchas ficciones que cuentan la historia de mujeres que se quedan en su casa esperando a que sus ma­ridos vuelvan de la guerra. Mathilde, la protagonista de ‘Largo domingo de noviazgo’, la película de Jean - Pie­rre Jeunet, el director de ‘Amelie’, no acepta ese destino, sino que se va en busca de su hombre, de quien intuye que probablemente esté muerto. Da igual. Emprende una búsqueda en la que descubre la corrupción de los al­tos mandos y el absurdo de la gue­rra. Cuando parecía que sólo iba a encontrar una lápida o una colección de huesos en alguna cuneta, encuen­tra a su amado. Éste sufre amnesia, pero ya le tiene a su lado. Encontró lo que había salido a buscar.

Fernández Romo esperó a Mboula como esas novias que se quedaban en su casa, en su pueblo, esperando a que su amado volviera. Le ponía cada domingo en el terreno de juego pero, como le gustaba decir a él, no se mostraba proactivo, no le ayudaba a volver. José Alberto, en cambio, se ha comportado más como Mathilde, dándole puntos de apoyo para ayu­dar a recuperar la mejor versión del extremo catalán. Ha ido a buscarle. Desde su llegada, el lateral que hay detrás le ayuda en ataque obligando a los rivales a manejarse con más ojos, juega más adelantado, cuando encara tiene más alternativas porque hay más compañeros en las inmedia­ciones del área rival y, habitualmen­te, también está más fresco. Y poco a poco ha aparecido la mejor versión del jugador a quien se creyó perdi­do, la que todo el mundo estaba es­perando. Ha vuelto de la isla desierta en la que se pasó la primera vuelta y ahora se muestra desequilibrante y en ocasiones hasta imparable.

El gol que anotó ante el Sporting corrobora el retorno de Mboula. Es el segundo que ha marcado en tres partidos ligueros a las órdenes del nuevo entrenador, que ha consegui­do que un equipo que promediaba un gol cada dos partidos promedie ahora dos goles por partido. La re­acción es un hecho porque el Racing ha pasado de encadenar cinco derro­tas consecutivas a sumar siete pun­tos de nueve posibles ante tres ri­vales de altura. Aún así, no le sobra nada y se mantiene empatado con el equipo que marca el descenso. Y es que, el mismo José Alberto ya se encarga de recordar cada vez que toma la palabra de que hay que estar preparados para sufrir hasta el final, por lo que no hay tiempo que perder. Cada partido cuenta, cada gol cuen­ta y, por supuesto, cada retorno de todo buen jugador también. Como solía decir Chuck Noland: «No nos podemos permitir perder la noción del tiempo».

 

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