Muertes útiles o inútiles

No siempre todos los que empiezan llegan a la meta. Hay quien se pierde por el camino, quien cae en el campo de batalla y deja al resto del grupo en evidente inferioridad. Les pasó a ‘Los siete magníficos’ y antes a ‘Los siete samuráis’. De los primeros sobrevi­vieron tres y de los segundos cuatro. Tan cierto como que consiguieron su objetivo es que debieron librar bata­llas desiguales y llorar a compañeros que ya no pudieron ayudar. Al Ra­cing le está pasando mucho. Los ra­cinguistas, cual campesinos hostiga­dos por bandas mafiosas y violentas, contrataron a una serie de jugadores para que les mantuvieran por fin en Segunda División. Querían acabar con la penosa situación que estaban viviendo al igual que los aldeanos de las películas de John Sturges y Aki­ra Kurosawa. Las últimas tres veces que habían pasado por la Segunda División habían acabado en un ataúd y, para evitar repetir la historia, con­trataron a un puñado de verdaderos profesionales. Los hay que han caído por lesión pero muchos lo han hecho por sanción. Porque el conjunto cán­tabro ha sufrido ya ocho expulsiones que merman a cualquiera. El equipo está perdiendo compañeros con fre­cuencia y eso está haciendo cada vez más complicada su ya de por sí difí­cil aventura.

Los siete magníficos

Los hay más queridos e incluso más importantes que otros. Los niños del poblado mexicano al que libran de la opresión ‘Los siete magníficos’ sienten predilección por Bernardo, a quien da vida un abrazable Charles Bronson, un hombre tan fuerte como sentimen­tal. Era uno de los importantes pero en una de las batallas es alcanzado cuando está haciendo guardia en el tejado. Aún así, sigue peleando hasta que otra bala le da en el corazón. Es una escena emotiva que los más pe­queños contemplan encogidos porque ven cómo su ídolo cae en desgracia. Son ellos los que le dedican un en­tierro a la altura prometiéndole que nunca le faltarán flores frescas. Las muertes se lloran pero también cons­truyen mártires.

Sin Bernardo, conseguir el objetivo es aún más complicado que hacerlo sin Íñigo, uno de los jugadores tam­bién más queridos por el racinguis­mo. Un auténtico ídolo del momento. Sin embargo, cometió un error ante el Burgos y no pudo jugar en Alba­cete. Y, como si de un efecto domi­nó se tratara, en el Carlos Belmonte cayeron los otros dos medio centros disponibles. Una sangría. También fueron expulsados Fausto Tienza y Aldasoro, que, como Jorge Pombo, ha sido incapaz de llegar a la meta en dos partidos diferentes. Lo malo es que cuando ellos han caído no lo han hecho de una manera tan romántica como Bernardo y ni siquiera como Britt, el personaje de James Coburn en la película de Sturges. Mató du­rante el tiroteo final a buena parte de los malechores pero todos nos damos cuenta de que está seriamente heri­do cuando la cámara desvela que tie­ne sangre en el pecho. Entonces, ya a punto de caer, clava su navaja en un poste como símbolo de su derro­ta. Eso sí que es morir con las botas puestas, no con el gesto de arrepen­timiento y de haber abandonado a sus compañeros a su suerte con el que se fue Tienza el pasado sábado, Íñigo hace diez días o Pombo contra el Las Palmas.

Son muchas las ocasiones en las que el espectador ha tenido que llo­rar la caída de uno de los personajes que está ayudando al protagonista principal a conseguir su objetivo, a un miembro del equipo que comien­za una aventura, ya que todo héroe cuenta con su grupo de aliados. Es un sencillo y habitualmente emotivo e intenso recurso dramático que el Racing, en verdad, no necesita pero que se está concediendo para escri­bir un relato de superación, un más difícil todavía. Como si no tuviera bastante.

Es difícil no echarse a llorar cuan­do Artax, el fiel caballo de Atreyu en ‘La historia interminable’, muere en los Pantanos de la Tristeza. Cae vícti­ma de una tremenda depresión que le impide hacer el mínimo esfuerzo para salir de un charco de fango que, poco a poco, le va consumiendo. Es brutal. Más de lo mismo sucede con Hormi, la hormiga aliada de las víctimas de ‘Cariño he encogido a los niños’, que viene a dar su vida para defender a sus amigos del ataque de un escor­pión, o de Dobby, el elfo amigo fiel de Harry Potter que muere en los brazos de éste. El joven mago contaba con su ayuda para seguir con su misión pero ha de continuar sin él. Como el Racing tuvo que continuar sin Fausto Tienza en Albacete cuando parecía que se le abría una nueva realidad después de haber empatado.

Bing Bong, dando su vida para ayudar a Alegría.

En el fútbol, como en la ficción ci­nematográfica, puede haber despe­didas y expulsiones románticas o no románticas; más o menos bellas. Hay quien muere para dar su vida por el perso­naje principal, como sucede con Bing Bong, el elefante rosa que fue el ami­go imaginario de Riley, la niña de ‘Del Revés’ en cuyo cerebro sucede toda la película. Está encerrado junto a ‘Ale­gría’ en una especie de vertedero de recuerdos y no pueden salir de allí, pero esa extraña criatura se sacrifi­ca para que la aventura pueda conti­nuar. Algo así pidió Fernández Romo el pasado fin de semana cuando la­mentó que ninguna de las múltiples expulsiones que ha sufrido su equi­po hayan valido para algo de verdad, para impedir un gol cantado o una verdadera oportunidad del equipo rival. Ninguna roja ha sido fruto de un sacrificio personal por el bien de la empresa común, sino que han sido en acciones a menudo evitables y en jugadas que, de partida, no suponían una gran amenaza.

Las piezas que ha ido perdiendo el Racing por el camino en un buen número de partidos se han parecido más a las muertes tontas de las pelí­culas llamadas ‘slasher’, aquellas en las que hay un asesino de origen ha­bitualmente desconocido e irreal con alguna peculiaridad que la caracteriza que va matando a jóvenes personajes. Se puede decir que el género arrancó con ‘Halloween’ y que se fue hacien­do mayor con ‘Viernes 13’, ‘Pesadilla en Elm Street’, ‘Sé lo que hicisteis el último verano’ o ‘Scream’. Hay ahí muertes tan ridículas que las pelícu­las suelen ser tan terroríficas como cómicas. Son muertes evitables. Todo el mundo sabe, en definitiva, que es mejor no bajar al sótano.

Jorge Pombo, pidiendo perdón.

La expulsión de Jorge Pombo con­tra Las Palmas el día que debutó en El Sardinero como racinguista recordó, en concreto, a ‘Psicosis’. La estrella de la película, cuyo nombre aparecía en grande en el cartel porque enton­ces era una actriz muy cotizada, era Janet Leigh. Durante el arranque de la película, parece que va a ser ella quien lleve el peso de la misma pero, a la media hora, es asesinada en la ducha. Adiós al personaje, ya no sir­ve. Más de lo mismo sucedió, a otro nivel, con el de Steven Seagal en ‘Mo­mento crítico’. En el póster promocio­nal aparecía su rostro bien grande, a la altura del de Kurt Russell, pero al cuarto de hora murió. Ya no pudo ayudar más. Jorge Pombo tampoco. Es de los jugadores más importantes de su equipo, uno de los que aporta calidad y un toque diferencial en ata­que, pero le falta templar sus nervios o elegir bien el momento de cuándo merece la pena ir de una determina­da manera a por un balón dividido. También Juergen debería saber que es mejor no aplaudir a la grada rival o Aldasoro que conviene de vez en cuando terminar un partido que co­mienza como titular.

Al final, de tener que morir, lo me­jor es hacerlo de una manera que ver­daderamente haya servido para que los tuyos consigan su objetivo. Se puede actuar sin hacer demasiado ruido, como Anna, aquella espía ale­mana convertida en uno de los perso­najes más atractivos de toda la pelícu­la y que está a punto de engañarlos a todos en ‘Los cañones de Navarone’, o como Robert Shaw en ‘Tiburón’. Es un bocazas, habla demasiado y es un facha, pero a la hora de la verdad es definitivo para dañar a ese maldito animal. Incluso es él quien pone el barco. Y es verdad que muere, pero al menos su muerte sirvió para algo.

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