Cuando no hay banda sonora

El fútbol puede funcionar como la mejor de las ficciones. «No es la vida, pero es un gran simulador», dijo en su día Jorge Valdano. Como en el día a día, en una cancha de juego hay reglas, derechos, obli­gaciones, necesidades, amistades, compañeros y enemigos. Hay clases sociales con intereses contrapuestos y lo mejor de todo es que, durante un par de horas, quien entre semana sobrevive a base de penurias pue­de pasar a ser el patrón si se pone la bufanda adecuada. No te obli­gan a ser empresario para ser del Real Madrid. Una vez que termina el partido vuelve la dura realidad, pero durante sus noventa minutos uno ha podido vivir dramas, trage­dias, historias heroicas e incluso comedias. Ha podido escapar de su propia vida y, todo ello, aliñado de romanticismo e incertidumbre. Por eso el fútbol puede ser la me­jor de las ficciones. Y no hay una buena ficción sin una buena ban­da sonora.

Una buena banda sonora sirve para reforzar el significado de las ideas que, quizá, las imágenes no pueden expresar por sí solas y para dar un sentido de continuidad a una película. Ayuda a estructurarla, a advertir al espectador de que ha de estar atento a algo, a adelantar si ese personaje que aparece es bue­no o es malo y, sobre todo, a influir en los sentimientos y emociones de quien está disfrutando de la histo­ria. Hay películas cuya música per­manece para siempre, como las de ‘El Padrino’, ‘Horizontes de grande­za’, ‘Los siete magníficos’, ‘Super­man’, ‘Blade Runner’, ‘Star wars’, ‘Psicosis’, ‘El exorcista’ o ‘El último Mohicano’. No serían lo que son sin la banda sonora que las acompaña. Serían otra cosa, algo bien diferente que generaría otro tipo de estímu­los en el público.

Quien acude frecuentemente a Los Campos de Sport y lo hizo tam­bién el pasado domingo lo habrá comprobado. No fue lo mismo. Ha­bitualmente, acudía a disfrutar de la mejor de las ficciones, lo que re­quiere de la mejor banda sonora. Y ésta, en el coliseo racinguista, la venía aportando ‘La Gradona’, ya que conseguía que no hubiera ni un instante de silencio por muy po­bre que fuera el espectáculo futbo­lístico que se estuviera producien­do. Sin embargo, no hubo violines ni trompetas en el partido contra la Ponferradina. De hecho, los po­cos instrumentos que se escucha­ron acompasados los pusieron los apenas doscientos seguidores que llegaron del corazón del Bierzo. Y la ficción resultó diferente, triste. Le faltaba algo y todo el mundo sa­bía qué era.

Los pájaros
No siempre es necesaria una banda sonora. Todo depende de la historia y de lo que ésta deman­de porque, de hecho, hay grandes películas que carecen de ella. Para Alfred Hitchcock fue siempre fun­damental y, de hecho, contó habi­tualmente con el mejor compositor cinematográfico del momento, que era Bernard Herrmann. Sin embar­go, para hacer ‘Los Pájaros’ le pidió que diseñara el sonido y compusie­ra su sinfonía a partir de aleteos y sonidos propios de las gaviotas, los gorriones o los cuervos que apare­cen en pantalla sembrando el caos. No hay música. Y el resultado es muy potente.

Por ese mismo camino fueron los que se adscribieron en los noventa al movimiento ‘Dogma’ que impul­saron, entre otros, Lars Von Trier y Thomas Vinterberg. Realizaron películas como ‘Los idiotas’ o ‘Ce­lebración’ con limitaciones autoim­puestas (cámara al hombro, que la acción trascurra aquí y ahora, pro­hibición de efectos ópticos...), entre las que estaba el veto a la música extradiegética. Sólo podía ser die­gética. Es decir, que debía pertene­cer y surgir de la propia narración. En una escena, por ejemplo, sólo podía aparecer música si ésta pro­cedía de una radio encendida en el decorado o de alguien que la esté tocando en ese momento. Nunca podía añadirse en la sala de edición para generar o potenciar emociones que sólo una buena banda sonora puede conseguir. Hay veces que la película pide algo así.

La Gradona los Malditos.

No fue el caso de la que se vivió en El Sardinero el pasado domingo. El partido demandó una potente y emocionante banda sonora capaz de levantar a cualquiera de la bu­taca, que intensificara lo que esta­ba sucediendo en el césped y que, en definitiva, aprovechara todas las posibilidades tecnológicas del mo­mento, sin límites autoimpuestos ni tampoco impuestos. En un pri­mer momento, a ‘La Gradona’ se los impusieron arrebatándoles la megafonía, los bombos y la tarima de animación y, como respuesta, se autoimpuso un silencio absoluto. Fundido a negro. Por eso el partido sólo contó con música diegética.

Los músicos se pusieron de huel­ga y por eso la única ambientación musical que hubo fue la que surgió de la pequeña radio que había en la cocina. Se aplaudieron las acciones más llamativas, se protestó al árbi­tro, se cantaron los goles y, de vez en cuando, se intentó generalizar un ‘Racing, Racing’. Es decir, que el resto del estadio cumplió con lo que habitualmente hace, no dio un paso más a la vista de la situación. Por eso faltó el empuje, la capacidad de pedir un poco más a su equipo cuando, en la primera parte, tuvo bajo su dominio a la Ponferradina o cuando, ya en la última media hora, se temía lo peor. Desde el pasado domingo, ya no se puede discutir que la grada da puntos.

Una buena banda sonora permi­te advertir sobre la presencia del malo, como sucede con el tema que acompaña siempre a Darth Vader en ‘Star Wars’ o con la reacción de la grada cuando el mejor del equi­po contrario coge la pelota. Uno lo puede adivinar con los ojos cerra­dos. También da continuidad a una de las múltiples tramas que hay en una obra, como puede ser la apa­rición de una misma composición cuando se está tratando una histo­ria de amor convertida en subtrama. Un maestro fue Ennio Morricone, capaz de poner los bellos de pun­ta a cualquiera con un mínimo de sensibilidad en ‘Cinema Paradiso’ o en ‘La misión’. Lo que se cuenta no provocaría tantas sensaciones desatadas sin su batuta.

El bueno, el feo y el malo.

Suyas son también las bandas so­noras de la llamada ‘Trilogía del do­lar’, de Sergio Leone. Es decir, que firmó la música de ‘La muerte tenía un precio’, ‘Por un puñado de dólares’ y ‘El bueno, el feo y el malo’. Sus composiciones dan personalidad a esas tres películas. Las hace identi­ficables y resultan fundamentales para alcanzar el cenit en las esce­nas que llegan más alto. Entre otras cosas, consigue dilatar el tiempo y  que lo que en la vida real se solventaría en quince segundos pase a durar más de tres minutos en la pantalla sin aburrir a nadie, sino manteniendo al espec­tador en una constante tensión. Sin la música del maestro italiano sería imposible.

Un buen graderío también es ca­paz de hacer que el partido se haga muy largo o muy corto a partir de la banda sonora que es capaz de su­mar al espectáculo. Puede, como la buena música, hacer que el tiempo pase más despacio o más rápido. El comportamiento del graderío de Los Campos de Sport fue, por ejemplo, fundamental en el partido contra Las Palmas para que los jugadores del Racing se creyeran héroes ‘sólo’ por aguantar con un hombre me­nos las envestidas de un poderoso rival. El liderazgo de ‘La Gradona’ a la hora de conseguir que todo el estadio se involucre para conseguir remontadas finales o para sostener al equipo en periodos complicados es importante porque para eso sir­ve una buena banda sonora, para identificar momentos, para jerar­quizarlos, intensificar emociones y, en cuanto a ficciones futbolísticas se refiere, para evitar los silencios y recordar que uno está en un partido de fútbol y no en la ópera.

 

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