El farol que no salió bien
El arte de la guerra es a menudo el arte del engaño. Decir aquello de que la primera víctima de un conflicto bélico es la verdad suele hacer referencia a la propaganda mediática que se lanza a un lado y a otro de la trinchera, pero también tiene mucho que ver con la inteligencia, el mundo de los espías y los agentes dobles que actúan en la retaguardia con la intención de influir en la vanguardia, en el campo de batalla y, en definitiva, en la evolución de la contienda. Conseguir que el enemigo crea que tu ejército va a avanzar por este camino cuando en realidad va a ir por este otro o que va a poner en práctica esta estrategia cuando tiene pensado utilizar aquella otra puede resultar definitivo para el desenlace del enfrentamiento. Por eso Fernández Romo anunció el viernes a bombo y platillo que su equipo iba a salir a atacar en Ipurua. Era sólo un farol, un elemento más del arte de la guerra, ya que el domingo quedó claro que su prioridad fue armar un buen entramado defensivo.
El arma de un engaño.
En la historia de la guerra hay una buena colección de
engaños que, posiblemente, provocaron el rubor de los engañados una vez que se
descubrió el pastel. No fue el caso del Eibar, al que le pareció estupendo el
farol racinguista porque le permitió sentirse más poderoso y seguro. Acumuló
hasta un 80% de posesión en el primer cuarto de partido, algo que,
seguramente, había conseguido muy pocas veces antes. Defendió con el balón sin
necesidad de desgastarse corriendo detrás de él y, para colmo, comprobó cómo
todo lo orquestado por su oponente salía mal, ya que Fernández Romo quiso
levantar una sólida muralla y el Eibar ya llegó al descanso habiendo marcado
dos goles.
A Romo le salió mal pero a los aliados les salió bien en la Segunda Guerra Mundial. Gracias a una tremenda maniobra de despiste que llamaron ‘Operación fortaleza’, hicieron creer a los nazis que desembarcarían en Calais en lugar de en Normandía. Emplearon todos los trucos militares y civiles conocidos hasta entonces para generar confusión. Británicos y nortaemericanos, fundamentalmente, tejieron una tupida red de agentes dobles para producir un auténtico engaño con el que desorientar a su rival. Incluso utilizaron técnicas cinematográficas para crear decorados con los que levantar puertos de cartón piedra, campos de aviación falsos, carros blindados de caucho o un ejército de mentira en los alrededores de Dover. Querían que los nazis pensaran que iban a ir por ahí cuando, en verdad, iban a ir por allí. Como un truco de magia: entretengo tu atención con lo que hago en esta mano cuando la maniobra lo está haciendo la otra.
Quien juega más pendiente de lo que puede hacer su rival que de lo que puede ser capaz de hacer su propio equipo condiciona siempre los partidos en función de quien tenga delante. Es obvio, tras verlo, que el Racing preparó el partido de Eibar con la firme intención de aguantar el temporal y dar continuidad al buen trabajo defensivo practicado en el segundo tiempo del encuentro contra Las Palmas. Dijo Fernández Romo aquel día que se iba con un sabor de boca agridulce porque le habría gustado saber qué habría pasado si no le hubieran echado a Jorge Pombo, pero visto el partido de Ipurua, da la sensación de que fue la excusa perfecta para hacer lo que le pedía el cuerpo. Su puesta en escena, sus primeros veinte minutos de ese último partido hasta la fecha en Los Campos de Sport, no se vieron el pasado domingo hasta que no estaba ya todo prácticamente perdido.
Los tres días del Cóndor.
En ‘Los tres días del Condor’, la película de
Sidney Pollack que protagoniza su buen amigo Robert Redford, la CIA tiene
todo un departamento de bibliotecarios expertos en prever lo que puede suceder
en el futuro a partir del análisis del presente y del pasado. Fernández Romo
hizo algo así para preparar el encuentro de Eibar. Cogió los tremendos números
como local de su rival, le entró miedo y entendió que lo mejor no era salir
como había salido una semana antes a jugar al líder, sino refugiarse en la
cueva a intentar que no sucedieran cosas. Y para intentar coger menos preparado
a su rival o para condicionar su plan de partido, el viernes anunció que iba a
tocar la corneta para ir a por todas o, por lo menos, para jugar de tú a tú a
su rival como mejor manera, además, de mantener a éste alejado. «Hay que
atacar más que defender», llegó a decir. Pues no. Fue sólo un farol. El plan
era desembarcar en Normandía.
Tanto en ‘El hombre que nunca existió’, película de 1956 dirigida por Ronald Neame, como en la más reciente ‘El arma de un engaño’, que dirigió John Madden, el mismo de la oscarizada ‘Shakespeare in Love’, se cuenta la historia de cuando los aliados consiguieron que los nazis pensaran que iban a invadir Grecia en lugar de Sicilia. Sucedió a partir del momento en el que José Antonio Rey, que era un pescador de Punta Umbría, se encontró un cadáver que fue identificado como William Martin cuando, en verdad, no era nadie, sólo el cuerpo de un hombre sin nombre recogido en una morgue londinense.
Los británicos eligieron España para depositar su
trampa porque, aunque en teoría era neutral, sabían que el gobierno de Franco
iba con el de Hitler en esta partida y que éste contaba con agentes trabajando
en suelo español en labores de inteligencia. De esta manera, podría llegar más
fácil hasta los altos mandos del Tercer Reich la supuesta información que
llevaba consigo ese falso oficial de la inteligencia militar británica al que encontró José Antonio Rey. Al cadáver le habían colocado información engañosa con la que
los aliados querían confundir a sus rivales. Querían comenzar la reconquista
de Europa por el sur saltando desde África a Italia pero entendían que allí la
resistencia nazi podría ser especialmente fuerte. Por eso inventaron todo ese plan que, además de confundir a los nazis, los dividió, ya que el supuesto espía británico llevaba consigo documentos que acreditaban que la ofensiva sería por el Peloponeso y Grecia por un lado y por Córcega
y Cerdeña por el otro mientras que, finalmente, fue por Sicilia.
Juergen, en Ipurua.
Fernández Romo también quiso confundir al entrenador
rival, hacerle pensar que iba a salir con desparpajo o, por lo menos, como
había salido contra Las Palmas, pero no lo hizo. Su equipo apareció hundido,
con las líneas muy juntas pero también muy atrás y sin posibilidad de salir al
contragolpe por lo lejos que quedaba el área contraria. El Racing salió a
esperar pero el plan no le salió bien porque su entramado defensivo cayó en
unos errores con los que no contaba y que le condenaron antes del descanso.
Entonces ya todo cambió y, aunque le costó porque los cambios no llegaron
hasta pasados diez minutos del segundo tiempo, el técnico verdiblanco acabó
tirando a la basura su farol, que había quedado en evidencia, para cumplir de
verdad con lo prometido e intentar entrar por Grecia en lugar de por Sicilia.
No pudo marcharse a casa diciendo aquello de «carne picada tragada entera»,
que es lo que ponía en el telegrama que comunicó a Winston Churchill que la
misión había tenido éxito, que los nazis se lo habían tragado todo. El Eibar no
se tragó nada. Le pareció todo estupendo.
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