El tren del mediodía o el tren de las tres y diez

Kane se casa con Amy a las 10.35 de la mañana y el tren del mediodía llega a su hora, a las doce. Por eso ‘Solo ante el peligro’ dura exactamente 85 minu­tos, porque desecha el privilegio que ofrece el cine de dilatar o contraer el tiempo o de realizar saltos y manio­bras espaciotemporales. El director, Fred Zinnemann, cuenta la historia en tiempo real, por lo que el reloj funcio­na como verdadera amenaza, como símbolo de la tensa espera hasta el desenlace final. El minutero y el se­gundero pasan así a ser personajes principales de la obra. Todos los que aparecen en ella son conscientes de que el gran momento va a llegar y la historia va de saber en qué grado está dispuesto a implicarse cada uno con el lado bueno de la historia.

 

Solo ante el peligro
Kane es el sheriff y nada más con­traer matrimonio le comunican que un peligroso bandido al que él metió entre rejas ha salido de prisión y se va a presentar en el pueblo en el tren de mediodía. No hace falta ser muy listo para saber que su intención es ven­garse y poner el pueblo patas arriba. El personaje de Gary Cooper no tiene por qué responsabilizarse del asunto porque ha dejado el cargo nada más casarse, pero su sustituto no viene hasta el día siguiente, por lo que ha de elegir entre continuar con sus pla­nes de luna de miel o hacer un último servicio a la comunidad. Y elige esto último, pero, como bien dice el título, se encuentra muy solo cuando pide ayuda a los demás.

La cinta se convierte desde ese mo­mento en una tensa cuenta atrás. El implacable paso del tiempo es mos­trado con la continua presencia de un reloj en la escena o con primeros planos del mismo que muestran de manera agobiante que cada vez que­da menos para que den las doce sin que el sheriff sea capaz de encontrar a quien le ayude a hacer frente al ma­lechor. Éste va a llegar en tren y por eso de manera frecuente también se insertan planos de la vía para que re­cordemos que la amenaza es cada vez más inminente. Tic, tac, tic, tac.

Todos saben a qué hora van a esta­llar los fuegos artificiales y sólo queda esperar. La gran mayoría de los ha­bitantes del pueblo dan la espalda a Gary Cooper y algunos de los que se muestran dispuestos a estar junto a él, como el juez que dictó sentencia contra el bandido, están incapacita­dos. El ayudante del sheriff, por su parte, es un joven engreído que bus­ca más labrarse una épica personal que realizar un servicio a la comuni­dad, por lo que parece suponer más un peligro que una ayuda. Se anuncia un final fatídico y las agujas del reloj no paran de avanzar.

No es fácil gestionar una espera y menos aún cuando apenas hay nada que hacer hasta que llegue el gran momento. El Racing lo ha confirmado en las últimas semanas, ya que maña­na se cumplirá un mes desde que con­siguiera el objetivo y, desde entonces, se ha dedicado a completar su calen­dario sin motivación alguna, lo que se ha reflejado en su juego y en el grado de intensidad que han mostrado sus jugadores sobre el verde. Si tiene que seguir formando cada mañana es por­que le queda jugar su último partido, que se marcó como un objetivo claro nada más lograr el ascenso aunque ese ímpetu se ha ido enfriando. En el fondo, todos tienen ganas de acabar de una vez, tanto los jugadores, como los entrenadores y el entorno, pero hay que jugar. El tren llegará el vier­nes a las nueve de la noche y Fernán­dez Romo confía en encontrar aliados motivados y preparados para dar un buen nivel, hacer frente al Andorra y conseguir que todo este último mes haya merecido la pena.

Jarhead.

Los jugadores del Racing se han podido sentir en las últimas semanas como los protagonistas de ‘Jearhead’, la película que rodó Sam Mendes en 2005. En ella se cuenta la historia de un grupo de soldados norteamerica­nos que esperan en el desierto de Ara­bia Saudí a que les llamen para acudir a Kuwait a combatir en la guerra del Golfo de principios de los noventa. Su vida se convierte en una constante espera que mezcla el entusiasmo bé­lico habitual de esos jóvenes marines con algo raro en la cabeza y el miedo ante lo que les aguarda. Durante la misma, han de lidiar con el aburri­miento como bien pueden y con las consecuencias del mismo. No es fá­cil hacerlo y quizá por eso Fernández Romo se llevó a sus hombres a jugar a pádel la semana pasada o ha veni­do realizando entrenamientos más cortos incluso de lo habitual. Él es el primero que quiere ganar el viernes y que su equipo dé una versión similar a la dada durante la segunda vuelta, pero es consciente de la dificultad e incluso el peligro de querer apretar el acelerador. Lo suyo estás semanas ha ido más de gestionar el aburrimiento e incluso la desmotivación que de es­tudiar con detalle al Andorra.

Ha habido que ser más psicólo­go que entrenador. Porque cuando hay tanto tiempo muerto aparece el aburrimiento, que siempre invita a dar vueltas a la cabeza. Por eso ‘Solo ante el peligro’ es uno de los prime­ros western psicológicos. También lo es ‘El tren de las tres y diez’, película de Delmer Daves de la que en 2007 se hizo un remake. Al contrario que en la película de Zinnemann, la gran amenaza, a quien pone rostro Glenn Ford, es un protagonista presente y no ausente. En la primera escena ya nos queda claro que es un tipo sin es­crúpulos y capaz de matar a uno de sus hombres si lo demanda la situa­ción pero, a la vez, tiene principios, ya que está dispuesto a condicionar su plan para enterrar a los muertos como dios manda. Tiene sus propio código de honor y respeta a quien tiene el suyo propio por mucho que defienda valores opuestos. De ahí la interesante relación que mantiene con Dan Evans, un granjero en rui­na al que le han encargado escoltar al bandido a cambio de un dinero que puede ser balsámico pera mantener a su familia.

El tren de las tres y diez.

Ben Wade, que es como se llama el personaje de Ford, ha de coger el tren de las tres y diez a Yuma para que allí sea juzgado y encarcelado. Ambos protagonistas llegan al pueblo donde está la estación con tiempo de sobra y ahí comienza la espera e in­cluso el aburrimiento. De ahí que la mejor escena de la película sea una larga conversación entre ambos den­tro de una habitación convertida en auténtico duelo psicológico. En esta ocasión, el reloj ya no es una amena­za, sino una esperanza porque, en cuanto llegue, Evans habrá cumplido con su trabajo, podrá coger su dinero y volver a casa, pero, obviamente, la banda de Wade va a intentar evitarlo. Comienza ahí una historia similar a la de ‘Solo ante el peligro’. No todos se implican de igual manera.

Amenizando la espera jugando a pádel.

En el vestuario del Racing a buen seguro que verán el partido del vier­nes más como el tren de las tres y diez que como el del mediodía. Porque por fin se quitarán un compromiso de encima y, nada más pitar el árbitro, iniciarán las vacaciones que llevan aguardando todo un mes. Intentarán hacer un partido digno, pero si no les sale bien apenas habrá consecuencias porque el partido es en Galicia, con unas gradas que estarán vacías y con mucho tiempo por delante hasta que vuelva a haber un reencuentro entre los jugadores y el racinguismo. De hecho, éste apenas se ha inmutado ante la pobre imagen que ha dado el equipo en el último mes. En el fondo, todo ha quedado ya atrás. Más aún, después de no haber jugado ni tan si­quiera este último fin de semana.

Al guionista de ‘Solo ante el peli­gro’, Carl Foreman, le pusieron en la lista negra en los tiempos de la caza de brujas. La película se rodó en esos tiempos oscuros, más evidentes pero no muy diferentes de los actuales, y es fácil ver en ella una alegoría sobre lo que estaba sucediendo en la socie­dad americana. Como el pueblo que se niega a ayudar a Gary Cooper, ésta da la espalda a todos esos cineastas que están siendo acusados de ma­nera caprichosa. Aún así, el sheriff cumple con su cometido aunque ni si­quiera estuviera obligado a ello, pero después tira la estrella al suelo en un gesto tremendamente simbólico. Y se va como se irá el Racing el viernes por la noche. Ojalá que sea de mejor manera, sin dejar solo al entrenador y con un triunfo o, al menos, una bue­na imagen que haga que esta penosa espera haya servido para algo.

 

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