El peligro del enemigo interno
Durante los años de la Guerra Fría, el enemigo venía del exterior. En alegorías de dudosa sutilidad, los extraterrestres eran los peligrosos comunistas que venían a robarnos la libertad y nuestro estilo de vida. Eran tiempos de desconfianza y terror ante la amenaza atómica, de declarado miedo al inminente fin del mundo que llegaría del cielo. Es así como se hizo grande un género que, manejándose con pequeños presupuestos y un estilo de serie B, se ganó el favor del público y consiguió llegar hasta nuestros días cargado de atractivos. Aquella etapa terminó con el avance de las políticas neoliberales que ponían el acento en lo individual y la caída del Muro de Berlín, que, como profetizó de manera errónea Fukuyama, traería el fin de la Historia. Ya no había enemigo exterior. Los enemigos pasaron a ser interiores. Y la ciencia ficción cambió.
Fundamentalmente, la amenaza roja durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial podía llegar de dos formas. Una era infiltrándose entre nosotros como en ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’, la película de Don Siegel que en 1956 contó cómo los invasores surgían de enormes vainas que, durante el sueño, cambiaban el cuerpo humano por un clon alienígena. En ‘El pueblo de los malditos’ (1960), película de la que John Carpenter haría un remake años después, el ‘modus operandi’ era otro, pero la idea era similar. Tras caer inconsciente todo ser vivo de la localidad británica de Midwich en un arranque de película que te deja pegado al sillón, las mujeres en edad de procrear amanecen embarazadas para parir una generación de niños malignos que van a iniciar su propia revolución tras haber sido concebidos por alguien o algo inmaterial que no es de este mundo.
La otra forma de imponer el nuevo orden mundial era mediante el conflicto directamente armado. Y ahí tenemos películas hechas con medios completamente artesanales, lo que las hace aún hoy tremendamente atractivas. A este género pertenecen ‘La guerra de los Mundos’, ‘La invasión de los platillos volantes’, ‘Vinieron del espacio exterior’ o ‘Ultimátum a la tierra’. Todas ellas son de la década de los cincuenta, que es cuando también se hizo fuerte el género ‘Kaiju’ en Japón. A la vez que existía el miedo al fin del mundo y a la invasión roja, también lo había a los efectos de las mutaciones nucleares. Es un terror fundado en el país del sol naciente, algo lógico teniendo en cuenta que es el único que ha sufrido el ataque de bombas atómicas. De ahí que aparecieran auténticos mitos como Godzilla, Mothra, Anguirus o Rodan. Los hay a decenas. Buena parte de ellos se reunían en la isla de Monsterland en ‘Invasión extraterrestre’, de Ishiro Honda, a la que debe mucho la isla Nublar de ‘Parque Jurásico’.
Durante buena parte de la temporada, el gran temor del Racing también venía del exterior, de una amenaza convertida en monstruo que se llamaba Deportivo y que aspiraba a someter al resto de la categoría. Comenzó contando sus partidos por victorias y consiguiendo importantes ventajas en poco tiempo. Contaba (y cuenta) con una plantilla temible y con el presupuesto más alto, de largo, de todos, por lo que el objetivo era encontrar la manera de dar réplica a semejante maquinaria. Ni siquiera los notables números que firmó el Racing en la primera vuelta bastaron para echar el aliento en su cogote porque, tras el penúltimo partido de la misma, el equipo gallego se colocó con seis puntos de ventaja. Por aquel entonces, se ponía el acento en lo meritorio que era no estar demasiado lejos del monstruo, pero todo se alteró de repente. El Muro de Berlín se vino abajo y el mundo cambió.
El conjunto cántabro siguió avanzando con paso firme y construyendo incluso una racha que va camino de hacer historia, pero el cambio de paradigma no se habría producido tan rápido si no hubiera habido también una descomposición en el Deportivo, que pasó de ser el mejor, de largo, de la primera vuelta a ocupar un puesto en media tabla en una teórica clasificación de la segunda. El enemigo ya no era tan malo. Pasaron de moda las amenazas extraterrestres y cogieron fuerza las alianzas con otros mundos en películas como ‘Starman’, de Carpenter, o ‘Encuentros en la tercera fase’ y ‘E.T.’, ambas de Steven Spielberg. Vamos a llevarnos bien, colaboremos. Pero poco duró la alianza porque en seguida llegó ‘Expediente X’, la gran serie de los 90 a la que tanto debe el ‘boom’ seriéfilo actual. En ella, ya se percibe que ese mundo que había desembocado en el fin de la Historia y que se había sentido atacado durante la Guerra Fría estaba un tanto podrido y estaba cargado de conspiraciones gubernamentales que a menudo eran poco respetables. Se pierde la fe en el sistema.
Al Deportivo le perdieron el respeto. Se vino abajo a la misma velocidad que el Racing se vino arriba hasta que, a día de hoy, el segundo le saca nueve puntos más el golaverage al primero cuando sólo quedan siete partidos. Es decir, que el conjunto cántabro ya sólo puede perder el ascenso por sí mismo. Su único enemigo ya sólo puede ser interno y, por lo tanto, es el momento no sólo de seguir jugando bien y de manera solvente, sino también de mantener el equilibrio emocional, que podría ponerse a prueba en cuanto sufra el primer tropiezo, que tendrá que llegar porque no lo va a seguir ganando todo. Tiene ahora mismo todos los ingredientes para que le pueda suceder lo que al héroe moderno de la ciencia ficción, cuyo enemigo no viene de otros mundos, sino que lo lleva dentro.
En los 80 y 90 se hizo fuerte el personaje un tanto torturado que, por encima de todo, sufre una importante crisis de personalidad. No sabe quién es. Tanto es así, que ni siquiera sabe si es de los buenos o de los malos, como le sucede a Rick Deckard en ‘Blade Runner’; si su vida es real o es un sueño, como a Carl Hauser en ‘Desafío Total’ o años después a Neo en ‘Matrix’; o si lleva al alien dentro o no, como en la última aventura de la teniente Ripley. ‘La Mosca’ de David Cronenberg sería, a su vez, una reflexión sobre la condición humana y sus limitaciones corporales y mentales. Todo se vuelve más intelectual porque, en el fondo, al Racing sólo se le puede escapar el objetivo si sufre una ida de olla importante y si empieza a gastar el tiempo en diatribas trascendentales sobre sí mismo.
Todo le va de cara porque el enemigo exterior se ha retirado. De hecho, sólo le persigue el Deportivo y lo hace a nueve puntos. El pasado fin de semana, no ganó ninguno de los que viajan detrás, por lo que se ha quedado solo. Como si estuviera de retirada, como Deckard en una devastada Las Vegas en ‘Blade Runner 2049’. El Racing sólo puede venirse abajo por sí mismo, entrar en una vorágine en la que no sepa quién es ni si forma parte de un mundo real o ficcionado. Ha demostrado que cuando merece ganar gana y que cuando juega bien también lo hace, lo que aumenta su responsabilidad. Y eso conlleva una carga que hay que saber llevar.
Si Fukuyama viera en qué situación está el Racing, concluiría que la historia, esta vez con minúscula, ha terminado. Y no son pocos los que ya hacen cuentas para ver cuándo e incluso dónde se puede producir el ascenso. Eso es peligroso porque, en el fondo, a los grandes imperios les ha convenido siempre tener grandes enemigos, como a la URSS y a Estados Unidos durante la Guerra Fría. Cuando este último salió victorioso, no tardó en encontrar quien reemplazara a los malos. Y lo hizo sin escrúpulos, pasando a convertir en enemigos a principios de siglo a los mismos a los que había dedicado Rambo III. Éstos ya no venían del mundo exterior, sino, al contrario de lo que dijo aquel, de desiertos remotos y montañas lejanas.
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