Mejor suerte que talento


«Aquel que dijo ‘más vale tener suerte que talento’ conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a recono­cer que gran parte de la vida depende de la suerte. Asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control. En un partido hay momentos en que la pelota golpea con el borde de la red y, durante una fracción de segundo, puede seguir hacia delante o hacia atrás. Con un poco de suerte sigue hacia delante y ganas... O no lo hace y pierdes». Woody Allen utilizó el tenis como metáfora de la vida en ‘Match Point’ pero bien podía haber utilizado el fútbol. Un remate que da en el pos­te puede enviar el balón para dentro o para fuera sin saber muy bien por qué ha sucedido una cosa o la otra. Cuando, tras un rechace, el balón cae en el delantero para que marque a pla­cer en vez de en el defensa para que despeje el peligro, habrá quien hable de suerte y otros de don de la opor­tunidad o, mejor aún, de sentido de la colocación para intuir hacia dón­de podía ir disparada la pelota. Es la eterna diatriba entre la casualidad y la causalidad. Lo que está fuera de de­bate es que las dinámicas ayudan. El fútbol como estado de ánimo, en eso consisten las rachas. Y el Racing está disfrutando de la mejor de todas, de una en la que, ante la duda, el balón acaba siempre convertido en gol.

 


En ‘Intacto’, la primera película del director español Juan Carlos Fresna­dillo, se trata la suerte como si fue­ra un objeto o un don. Es decir, algo que se puede comprar, evolucionar y robar. Esa suerte se puede usar para muchas cosas, pero cuando ha aparecido en cine, a menudo ha ido emparejada con la ambición y con el mundo de los casinos, donde los ju­gadores quieren tener suerte pero los propietarios que no la tengan. Es ahí donde aparece el gafe, que es el rol que tiene el genial William H. Macy en ‘The Cooler’, a quien contratan los empresarios del juego para arruinar las expectativas de quienes quieren dinero fácil jugando a la ruleta. Poco se habla de esa figura en el mundo del fútbol por mucho que, por ejem­plo, haya futbolistas que acumulan en su historial varios descensos o go­les en propia puerta. Ricardo Rocha, aquel central brasileño con bigote del Madrid, sí que llegó a estar señalado, pero no es lo habitual.


En la película de Fresnadillo, Sam, el personaje al que da vida Max Von Sydow, es un superviviente del ho­locausto que regenta uno de esos casinos. Tiene la facultad de dar y arrebatar la suerte y, tras despedir a Federico, al que da vida Eusebio Pon­cela, éste busca la manera de vengar­se. Para empezar, necesita recuperar la suerte que su exjefe le ha quitado y cree encontrar a quien la puede te­ner. Es Tomás (Leonardo Sbaraglia), el único superviviente de un accidente aéreo. Será éste el vencedor de una serie de pruebas que no gana el más virtuoso, sino quien más suerte tiene. Supera a toreros, pilotos, acertantes de la Primitiva o delanteros en racha y, una vez elegido, van a por Sam.

No son pocas las obras en las que la fortuna es algo que se traspasa de manera fortuita. Incluso con un beso, como en ‘Devuélveme mi suerte’, pro­tagonizada por la olvidada Lindsay Lohan. Ella es una chica a la que le ha salido todo bien en la vida y, sin saber­lo, cede su suerte a un desgraciado en una fiesta de disfraces, por lo que se invierten los papeles. En ‘Intacto’, por su parte, vale con tocar al otro para dar o arrebatar el don. En el fútbol hay que ganarle. Desde un principio, quien más disfrutó de ese regalo fue el Deportivo , que voló durante la pri­mera mitad del curso ganando a veces de forma clara pero otras con la suerte del campeón o goles en el descuento. Por eso se presentó el Racing en Ria­zor con la intención de arrebatarle el don. Y lo consiguió. No fue suficiente con tocarle, pero sí con marcarle. El gol de Íñigo lo cambió todo.



En el fútbol, como en la vida, es ne­cesaria la suerte. Cada uno la pude llamar como quiera, pero es una afir­mación difícilmente rebatible. A quie­nes les va bien suelen renegar de ella porque interpretan que les resta valor y prefieren creerse el relato del triun­fador o, mejor aún, de la meritocra­cia. Por ese camino fue Fernández Romo tras el partido del pasado do­mingo, cuando quiso vender que el segundo gol de su equipo había sido gracias a la presión de sus hombres, que habría generado dudas e inquie­tud en la defensa y el portero rival a lo largo de todo el encuentro. Quien quiera que se lo crea, pero las imá­genes dejan claro que Jesús Álvarez le cedió a Irizibar la pelota sin sentir el aliento de nadie en el cogote y que el guardameta, sencillamente, cantó a lo grande.

El Racing tuvo suerte, el don de la oportunidad; fue el becario que está en el momento y el lugar adecuado para que le ofrezcan su primer con­trato en la empresa o el personaje de Eddie Murphy en ‘Entre pillos anda el juego’, la película de John Landis. Es un vagabundo que, gracias a re­coger el maletín de Dan Aykroyd al pasar por allí, entra a formar parte de un experimento que le convierte en un exitoso ‘broker’ de Wall Street. Demuestra así la película, que no de­jaba de ser una crítica al capitalismo más salvaje, que no hace falta ser un iluminado para ser un triunfador, sino tener la suerte de, para empezar, na­cer en el entorno adecuado.

La suerte es incontrolable, pero uno sí puede comprar más boletos que los demás. Un equipo lo hace si encuen­tra la manera de pasar más tiempo en el área rival para conseguir que pasen cosas. Y el Racing, más allá de arrebatarle la alegría a su gran rival en aquel encuentro en La Coruña, dio un paso hacia delante que desde ese día le está permitiendo jugar mucho más tiempo en campo contrario. Es así cómo, por encima de todo, está encontrando más a menudo a su de­lantero centro.


Y encontrarse con la persona ade­cuada es, sin duda, un golpe de suerte. El francés Patrice Leconte habló de ello en ‘La chica del Puente’. Es la his­toria entre una joven con mala suerte en la vida y un lanzador de cuchillos fracasado. Comienza con un sosteni­do primer plano de ocho minutos de Vanessa Paradis, que nunca ha esta­do mejor, con el que muestra las du­das propias de quien está a punto de suicidarse. De pronto, se oye una voz: «Parece que estás a punto de cometer un error». Es él, el personaje al que da vida Daniel Auteuil, quien prota­gonizara todas las películas francesas de principios de siglo. A partir de ese momento, una pareja de desgracia­dos unen sus destinos y remontan sus vidas en un mundo decadente de circos ruionosos y casinos, siempre los casinos.

Toda la película gira en torno a la suerte y exprime el simbolismo del lanzamiento de cuchillos alrededor del cuerpo de la joven. «Siempre pare­ce que la suerte la tienen los demás», dice él para explicar el tiempo que les ha tocado vivir. Ellos la tienen. Y aca­ban sucumbiendo a la necesidad de creer en algo, aunque sea la suerte. Si no se hubieran encontrado, ella esta­ría muerta y él quizá pidiendo dinero a orillas del Sena o haciéndose el mu­tilado como Eddie Murphy en la pelí­cula de Landis. El reencuentro decisi­vo del Racing fue con Cedric, a quien estuvo esperando casi cinco meses. El entrenador tuvo paciencia porque sabía que llegaría. Y llegó. Suma seis goles en tres partidos.

En los dos últimos ha estado muy presente el factor suerte con ese tan­to en el descuento contra el Zamora y con los anotados por el equipo el pa­sado sábado en Calahorra. En el pri­mero, obra del delantero africano, el balón dio en el larguero antes de en­trar. Es posible que en otro momento menos pletórico se hubiera ido alto tras golpear en la madera, pero ahí entra lo inexplicable. Como esa pelo­ta de tenis capaz de cambiar toda una vida en ‘Match Point’. No hay duda de que todo equipo campeón necesita tanto talento como suerte, pero cuan­do le proponían a Napoleón promo­cionar a un oficial, a veces reconocía que sí, que se trataba de un general muy brillante, pero después pregun­taba: ¿pero tiene suerte?

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