El Racing prometido

Tres eran los peligros del Pantano de Fuego: las llamaradas, las arenas movedizas y los RAG, roedores de as­pecto gigantesco. Para que el Pirata Roberts y Buttercup, la princesa pro­metida, cruzaran con éxito ese fron­doso e infernal bosque, debían sobre­vivir a esas tres amenazas. Aunque se equivocaban, creían que al otro lado les esperaba la libertad y, por fin, su reencuentro definitivo tras años se­parados, ya que ella había descubier­to momentos antes de adentrarse en esa trampa que él era, en verdad, el joven Edward, el granjero de quien se había enamorado años antes y a quien creía muerto.

Es uno de los mejores y más re­cordados episodios de ‘La Princesa Prometida’, estupenda novela lleva­da con notable éxito a la pantalla por Rob Reiner en 1987. La historia es una sucesión de momentos memorables y, sobre todo, de retos a superar por el protagonista para recuperar a su amada. De hecho, antes de llegar al pantano de fuego debe superar otros tres de­safíos (vienen siempre de tres en tres) poniendo su propia vida en juego: pri­mero con la espada en su duelo con el especialista Íñigo Montoya, después con la fuerza enfrentándose a Fezzik, a quien dio vida André el Gi­gante, y por último con la inteligencia en su reto de astucia contra Vizzini.

Como en 'La Princesa Prometida', en toda historia de aventuras hay un ca­mino repleto de trampas y de pruebas a superar. Es así desde el tiempo de la Odisea de Homero, donde se cuenta cómo Ulises tuvo que hacer frente a Polifemo, el enorme cíclope hijo de Poseidón, al canto de las sirenas o a los hechizos de Circe, que acaban con toda su tripulación y le dejan fuera de juego durante más de un año. La his­toria de un equipo de fútbol a lo largo de una temporada también se com­pone de una larga aventura repleta de tentaciones, miedos y trampas. De hecho, tras el pobre empate en El Sardinero contra el Badajoz, cuando al Racing se le diagnóstico falta de ambición, muchos concluyeron que lo más sensato era asumir que la pe­lea por el liderato resultaba imposible. Más aún, teniendo en cuenta que el equipo estaba a punto de meterse en el Pantano de Fuego, donde se iba a encontrar con los tres grandes peli­gros que había en su interior: visitar al líder, jugar en el campo del mejor local y recibir al mejor visitante.

Lo bueno es que Ulises llegó a Íta­ca y que Edward y Buttercup atrave­saron el pantano por mucho que en la otra punta les esperara el malvado príncipe Humperdinck y su ayudante de seis dedos. El Racing también lo ha hecho porque ha tenido la virtud de llegar al momento más peligroso en su mejor momento. Ha comple­tado sus mejores partidos estando a la altura de las circunstancias y no sólo consiguiendo ganar de manera consecutiva a Deportivo, Unionis­tas y Real Unión, sino también mereciéndo­lo, jugando mucho en campo contra­rio y acumulando minutos realmente brillantes.

 

Se ha crecido el conjunto cántabro ante las dificultades como lo hace Fro­do para llevar el anillo a Mordor, Wi­llow para proteger al bebé que des­tronaría a la reina Bavmorda o Sarah Williams, la niña de quince años a la que interpretó Jennifer Connelly en ‘Dentro del Laberinto’, la película de Jim Henson, el creador de Barrio Sé­samo. Durante su camino para recu­perar a su hermano, el Rey Jareth, a quien da vida David Bowie, la pone a prueba con un buen número de jue­gos mentales, acertijos y trampas den­tro de ese laberinto que ha de supe­rar y que, para colmo, va cambiando de forma, pero llega hasta el final y lleva al bebé de vuelta a casa. Todos ellos parecían débiles y dubitativos, metidos en una aventura que no les correspondía, jugando sobre el sintético del Reina Sofía tras haberlo hecho en Riazor, pero salieron airosos. Es difícil en­contrar una historia semejante que termine mal en la ficción.

 

Por eso lo interesante no es tan­to a dónde se llega, sino el camino que se recorre. Y en ello está el Ra­cing. William Goldman, el autor de ‘La Princesa Prometida’, tenía en un principio una colección de ideas bri­llantes a las que faltaba dar sentido o un hilo conductor que las conduje­ra hacia algo y las diera un aspecto redondo. Tenía en su mente al Pirata Roberts, al gigante, la frase inmortal de Íñigo Montoya (tú mataste a mi padre, disponte a morir) los duelos, el secuestro, las mentiras, la magia, la tortura y la venganza, pero no te­nía una historia. Tenía, en definitiva, buenos centrales, veloces y desequi­librantes extremos, un sólido centro del campo, un media punta brillante y varios delanteros, pero a todo eso hay que darle forma.

Es ahí donde entra la labor del en­trenador. Y a menudo hace falta tiem­po del mismo modo que toda película o toda novela ha de cocinar previa­mente a lo largo de páginas y escenas el gran momento por el que después será recordada, ese que desnuda al espectador y le hace rendirse ante lo que está viviendo. Y es lo que, según afirmó Fernández Romo en la rueda de prensa del pasado domingo, ha venido haciendo el Racing. Porque, como recordó, este tremendo momen­to que atraviesa su equipo no se ha­bría alcanzado y, sobre todo, no ha­bría servido para ponerse a la altura del Dépor (con un partido menos) si no se hubiera cocido el plato a fuego lento y, sobre todo, sin dejar de su­mar puntos. 

 

Lo que se le ocurrió a Goldman fue, directamente, enlazar cada uno de los grandes momentos de aventuras que tenía en la cabeza sin darle de­masiadas vueltas. Y, para ello, ideó al abuelo que acude a visitar a su nieto enfermo con la intención de leerle ‘La Princesa Prometida’. Este último apremia constantemente al primero a que se salte las páginas rollo y vaya directamente al meollo. Y así dio for­ma a una novela (y película, porque suyo es el guión también) sin altibajos convertida en una aventura constante que no deja de subir. Al Racing tam­poco le interesan los interludios y en estos partidos ha confirmado que su forma de jugar no tiene nada que ver con tocar el balón de manera inocua, sino que prefiere hacer las cosas en dos pases mejor que en cinco.

Es así, con las líneas bien adelanta­das, con una presión verdaderamente eficiente que no deje solos como mo­nigotes a los dos de arriba, el cuchillo entre los dientes y, sobre todo, yendo a buscar a su rival sin dejar para el se­gundo tiempo lo que puede hacer en el primero, como el Racing se ha me­tido a su gente en el bolsillo. En una buena historia, el héroe nunca es el mismo cuando empieza que cuando termina. Hay una evolución y, sobre todo, una maduración o un despertar. Y el conjunto cántabro, por mucho que Fernández Romo dijera el domin­go lo contrario, no ha sido el mismo las últimas semanas que durante bue­na parte de la temporada o el mismo día del Badajoz. Toca confiar en que todo se deba a dicho desarrollo y que no vuelva atrás. Toda aventura pasa por su momento de dudas pero el hé­roe siempre sigue adelante.

La tierna historia de Buttercup, Edward, Íñigo Montoya y Fessik no tuvo, de hecho, una recompensa in­mediata. Cuando se estrenó la pelí­cula, pasó sin pena ni gloria, pero fue en el vídeoclub, en su segunda vida, cuando acabó convertida en enorme éxito hasta ser hoy en día todo un clásico. Tampoco entró de­masiado bien en el espectador el pri­mer Racing que enseñó Fernández Romo pero si lo apuntado en los tres últimos partidos tiene continuidad, el boca a boca va a acabar haciendo que El Sardinero vuelva a vestir sus mejores galas, ya que todo el mundo está siempre dispuesto a apuntarse a una buena fiesta.

 

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